Y lo peor de todo es,… la historia continúa

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Y lo peor de todo es... la historia continúa
LEONARDO CABRERA DIAZ
Y lo peor de todo es,… la historia continúa. Érase una ciudad apacible y sosegada, de rostros conocidos y de sonrisas solidarias en la que cada día la sirena del Cuerpo de Bomberos, nos recordaba las siete de la mañana, las doce del mediodía, las dos menos cuarto y las cinco de la tarde.
Érase una ciudad de atardeceres taciturnos, y noches de ocasionales verbenas, en las que el trotar de un caballo anunciaba la llegada del coche, en el que de vez en cuando retornábamos a la casa, sin temor, ni miedo, sin que el peligro nos acechara.
Érase una ciudad de ríos vivos, preñados de arenas, gravas y gravillas, de camarones, de tilapias y la famosa morena y, en la que cada atardecer numerosas garzas surcaban nuestro cielo en su vuelo de regreso a las matas Javillas del río Nigua abajo, rumbo a Samangola.
Pero como dice la canción de Luisito Rey, mi pueblo ya no es mi pueblo, es una ciudad cualquiera, lleno de violencia y delincuencia a borbotones, de sicariato y de drogas a raudales, con el tránsito más desorganizado del país, con autoridades ajenas y más que ausentes, tanto así, que son sus principales cómplices y sus propiciadores conniventes.
Sólo multar para recaudar es de su interés. El caos y los tapones.. bien gracias. Sálvese quien pueda, es la consigna.
Mi pueblo, San Cristóbal, ya no es mi pueblo, es una ciudad cualquiera, de niñas y adolescentes embarazadas, de dengue, ruidos por doquiera y con una alta tasa de desempleo, que no preocupa, ni parece importarle a nadie. Suerte que el motoconcho sustenta mucha gente.
Mi pueblo ya no es mi pueblo, es una ciudad cualquiera, de pobladores con esperanzas casi perdidas y sus corazones sedientos de que un buen samaritano le ayude a cargar la pesada cruz que encorva su existencia.
Una cruz construida por el perenne olvido de los que siempre se han aprovechado de su nobleza, y hasta de su ingenuidad si se quiere, y de esa proclividad que le caracteriza de confiar en quienes solo la utilizan como trampolín político para cambiar su estatus de vida, y patrimonio económico.
De esos en los que solo algunas, raras y esporádicas excepciones, siempre se han servido de ella, engullendo sus esperanzas de bienestar y desarrollo, sin mostrar el más mínimo dejo de arrepentimiento, ni asomo de remordimientos. ¡Pero y que van a sentir!…si, «barrigas llenas, corazón contento,» que importa lo demás. «Satisfecho yo.»
Por eso, mi pueblo ya no es mi pueblo, es una ciudad postrada ante un enorme altar, de palabras empeñadas y de promesa incumplidas, lugar en dónde están estampadas las caras y los rostros con nombres y apellidos de muchos políticos y personajes conocidos.
Todos y cada uno con sus respectivas cruces, en éste gran cementerio de quimeras, que con sus mentiras han convertido a San Cristóbal, en una ciudad cualquiera, sin pena, ni gloria… y lo peor de todo es, que la historia continúa.